Ando estos días repasando la fantástica ópera Don Giovanni de Mozart porque pronto empezaré los ensayos en la Fundació Òpera Catalunya, de la que soy director musical.
Y digo repasando porque ya la he dirigido más de treinta veces pero, como ocurre con las obras maestras, siempre descubro algo nuevo.
Cada vez que vuelvo a dirigir una ópera, si tengo la grabación de alguna de las funciones, la escucho atentamente (para torturarme un poco) porque me sirve para ver los fallos e intentar mejorar.
El caso es que he buscado en YouTube alguna versión de la obertura con directores que me gustan y me ha aparecido la del genial director Furtwängler, el mítico director de la Orquesta Filarmónica de Berlín.
Furtwängler tiene una versión de Don Giovanni que es muy buena con un cast de infarto encabezado por el gran bajo italiano Cesare Siepi.
Pero esto no es lo que te quería contar hoy.
Viendo a Furtwängler me he acordado de un documental que vi hace tiempo sobre la Filarmónica de Berlín.
Es un documental muy entretenido con entrevistas a algunos miembros de la orquesta en el que cuentan anécdotas o vivencias.
En una de esas entrevistas, el timbalero cuenta una anécdota que tiene como protagonista a Furtwängler y que resume en pocas palabras lo que todos los directores de orquesta buscamos pero muy pocos encuentran: la esencia de la dirección musical.
Uno puede trabajar de maravilla la orquesta y mover muy bien los brazos, pero lo que cuenta el timbalero es difícil de alcanzar.
Y es difícil de alcanzar porque quizás eso que cuenta el timbalero es algo con lo que se nace o no se nace.
Que se tiene o no se tiene.
Algo que difícilmente se puede estudiar…
Y estarás pensando: – Perfecto, pero dime ya lo que dijo el puñetero timbalero.
Y sí, podría hacerlo, pero como él lo explica tan bien y dura tan solo un minuto y medio, mejor lo ves tú aquí.
Merece la pena.
¡Que pases un gran día!
Daniel