Hace años me dio por presentarme a todos los concursos de dirección habidos y por haber.

Un concurso es una oportunidad fantástica para mejorar en la dirección y aprender de otros.

El caso es que se me daba bastante bien y gané unos cuantos, con lo que logré dirigir en distintos países de Europa.

Pero eso no es lo que te quiero contar, sino lo importante que es para un director de orquesta tener una buena mano derecha, en este caso un buen concertino.

Uno de los concursos que gané fue en Constanza, una localidad de Rumanía y uno de los premios era volver a dirigir una ópera al año siguiente.

Me pidieron que eligiera yo la ópera y, como nunca había hecho La Bohème de Puccini, pensé que sería una buena idea dirigirla allí por primera vez.

Lo que parecía buena idea se convirtió en una de las experiencias  más surrealistas de mi carrera…

Llegué al teatro sin que nadie me recibiera (lo normal es que el director artístico te presente a la orquesta y a los cantantes) y me fui sin que nadie me despidiera.

El teatro desprendía un olor en el que se podía sentir el paso del tiempo.

El atril del director contenía las siete plagas de Egipto.

Incluso tenían un gato negro que iba deambulando por el escenario en los tiempos muertos.

Todo muy idílico.

Pero eso no fue lo peor.

Lo peor fue el concertino.

Un concertino es la mano derecha del director de orquesta y debe estar en plena armonía con él.

La mayoría de los concertinos intentan llevarse bien con el director y, encontrar un buen concertino, es una tranquilidad para el director.

Créeme que el sonido de una orquesta cambia con un concertino u otro.

El de Constanza estaba como una cabra.

En el primer ensayo de orquesta empezó a gesticular moviendo las manos repetidas veces mientras yo dirigía.

Se reía, hablaba con el primer chelista, se reía de nuevo, movía las manos, tocaba, hablaba de nuevo…

Así durante tres horas.

Yo estaba de los nervios, pero mantuve la calma. Perder los nervios es lo último que debe hacer un director.

Cuando se acabó el ensayo hablé con el segundo chelista porque hablaba español, ya que había trabajado en México durante muchos años.

Le comenté que en el siguiente ensayo, si el concertino continuaba así, le diría algo delante de la orquesta porque me estaba faltando el respeto.

  • No lo hagas Maestro- me dijo – Este concertino es zíngaro, y como se te ocurra decirle algo, viene con sus amigos y te crean un problema, por decirlo suavemente…
  • Ah, interesante…- dije.

Pasaron más cosas, pero para resumir te diré que en los siguientes ensayos el concertino siguió haciendo lo que le dio la gana y que yo no dije nada  y me mordí la lengua, porque la idea de enfrentarme a él y a sus amiguitos no me seducía demasiado.

Pero aprendí una lección: la importancia de un buen concertino.

Y ahora, cada vez que voy a un sitio nuevo, me informo del concertino pidiendo referencias a colegas e instrumentistas y, si puedo llevar a alguien de mi confianza, lo llevo.

¡Que pases un gran día!

Daniel

P.D. Estamos preparando un curso muy interesante, pero nos llevará tiempo hacerlo, así que a partir de ahora y en las próximas semanas (o meses, ya veremos), escribiremos solo dos emails a la semana (los lunes y los viernes) para poder dedicarnos al curso y a nuestros compromisos musicales.

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